ACTIVIDAD PROFESIONAL



Poco a poco y desde que fui mayor de edad yo empecé a evadirme de tutelas, como podía, y eso me sirvió para cambiar los tés danzantes, entonces estaban de moda los tés danzantes, y los paseos de la Castellana por exposiciones, conferencias y tertulias literarias.

Empecé a escribir; a los veintiséis años publiqué mi primer libro, «Inquietudes», el segundo fue «Surtidor». Mi asesor literario era Rafael Alberti, que había ganado ya el premio nacional de Literatura. Pero no estaba contenta, seguía empeñada en marcharme...

El primer viaje que realize fue a Inglaterra en un barco de cabotaje de los llamados vagabundos.
Una vez allí obtuve el título de profesora de español en el Centro de Estudios Históricos y esto me ayudo a poder sostenerme en Londres.

Pero primero voy a hablarte de aquel Madrid que me encontré y que me recibió con los brazos abiertos. Empecé a asistir a las tertulias literarias. Conocí a Ramón Gómez de la Serna, a Valle Inclán, a Juan Ramón, a Antonio Machado, a Ortega, a Eugenio d'Ors. Estaba deslumbrada. Publiqué entonces dos obras teatrales: «El personaje representativo» y «El ángel cartero», que se había representado en el Lyceum Club femenino. Yo era una de las fundadoras del Lyceum.
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Comenze entoces a realizar trabajos de imprenta, era su oficio en donde quiera que estaba, un oficio del que hacía un arte. Por eso yo al conocerlo me interesé por la imprenta. Compramos a medias una máquina pequeña y la instalamos en una habitación en el centro de Madrid. Aquel sitio era el punto de reunión de los poetas.
A los pocos meses de estallar la guerra salí con mi hija de España y pasé un año entre París, Londres, Oxford, Bruselas. Recuerdo que, ya acabada la guerra, en París estuvimos en casa de Paul Éluard, que nos alojó, y allí conocí a Picasso, que ya era amigo de Éluard y de Manolo, y que iba a verlos. Después de París, La Habana; allí publiqué «Lluvias enlazadas», libro de poemas, y escribí una obra de teatro, «La caña y el tabaco», alegoría antillana en verso, y en verso, también, un auto sacramental, «El solitario», que se editó allí con prólogo de María Zambrano. Después de La Habana, cuatro años estuvimos allí, México. Nuestro oficio era escribir e imprimir, siempre lo mismo, no descansábamos. En México escribo yo «Sombras y sueños» y «Villancicos».

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¡Pero qué tiempos los de Madrid! Recuerdo que ya casados Manolo y yo tuvimos la casa y el taller en Viriato, 7. Yo me ponía un mono para trabajar, entonces no se le ocurría a nadie que una mujer anduviera de pantalones. Y el centro de reunión que era aquella casa, ¡qué tiempos! Ya ves qué lejos queda todo.

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